Mundo esclavizado | El manantial de la justicia
EL MANANTIAL DE LA JUSTICIA
Nuestro mundo gime de dolor y se encuentra sumergido a constantes injusticias, especialmente para con los más pobres y pequeños, como nos recuerda insistentemente nuestro querido Papa Francisco en su Magisterio:
«Hemos de escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres» Carta encíclica Laudato Si. 49
«Existen numerosas formas de injusticia, nutridas por visiones antropológicas reductivas y por un modelo económico basado en las ganancias, que no duda en explotar, descartar e incluso matar al hombre» Carta encíclica Fratelli Tutti. 22
Sin embargo, esto no tiene porque ser así. En cada uno de nosotros hay una llamada a vivir la comunión de personas, que exige la verdad y la justicia (Compendio de Doctrina Social de la Iglesia). Esta llamada se fundamenta en que somos imagen y presencia de la Santísima Trinidad, es decir, hemos sido creados a imagen de un Dios que es amor de relación, algo que nos recordaba insistentemente San Juan Pablo II:
«Dios es amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor. Creándola a su imagen y conservándola continuamente en el ser, Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación y consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión” (Exhortación apostólica Familiaris Consortio. 11)
Es decir la justicia es tal cuando está movida por el amor, pues solo el amor es capaz de transformar de modo radical las relaciones que los seres humanos tienen entre sí (Compendio de Doctrina Social de la Iglesia. 4). Este amor tiene una dimensión social que exige la justicia para con el mundo y la sociedad que nos rodea. Esto es así porque en la persona humana la relación con Dios y la relación para con el prójimo se entrelazan indisolublemente, de manera que en la dimensión interior del hombre radica, en definitiva, el compromiso por la justicia y la solidaridad, para la edificación de una vida social, económica, y política conforme al designio de Dios (Compendio de Doctrina Social de la Iglesia. 40).
Para nosotros esta imagen perfecta de la justicia se da en Jesucristo. Él es el verdadero manantial de la justicia, la imagen de Dios perfecta que nos enseña, a su vez, qué es el hombre, como ha establecido de forma paradigmática el Concilio Vaticano II:
«En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. Nada extraño, pues, que todas las verdades hasta aquí expuestas encuentren en Cristo su fuente y su corona» (Constitución Pastoral Gaudium et Spes. 22)
Por lo tanto, para saber qué es la justicia hemos de mirarlo a Él que, con su vida y palabra, nos manifiesta lo que es justo, especialmente en su trato para con los pobres, pecadores y sufrientes.
En este sentido, desde este manantial, cada uno de nosotros, especialmente los laicos desde su vocación profesional (Catecismo de la Iglesia Católica. 909 ), está llamado a servir en este mundo a la justicia y a la paz (Catecismo de la Iglesia Católica. 2820), para colaborar juntos en la construcción de la civilización del amor (Carta encíclica Centesimus Annus. 10).
LA BELLEZA DE LA VERDAD
AMOR EN ACCIÓN
«Cuando descubrí que Cristo gemía y gritaba en mi corazón, pude entender que Él mismo es el que grita en los corazones de tantas personas que no le conocen» Amada
«Descubrir que en los otros, dándome a los otros, me encontraba a mí mismo, ha sido uno de los grandes regalos de este itinerario» Clemente
REMAR MAR ADENTRO
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«La cuestión de fondo que anida en la enseñanza de San Pablo es el rechazo de la idolatría que recorre todo el Antiguo Testamento. Se invita al fiel a preservar su libertad, a no entregar su alma a los ídolos, es decir, a no esperar de cualquier realidad de este mundo (el placer sensible, el poder, la honra, el trabajo, una amistad…) la plenitud, la paz, la felicidad o la seguridad que sólo Dios puede dar, so pena de acabar totalmente decepcionado o de infligir un gran daño tanto a uno mismo como a los demás» La libertad interior | |
«Y la Escritura no dice solamente por él que le fue reputado, sino también por nosotros, quienes ha de ser imputada la fe, a nosotros que creemos en Aquel que resucitó de entre los muertos a Jesús Señor nuestro, quien fue entregado por nuestros pecados, y fue resucitado para nuestra justificación.» Rm 4, 23-25
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