Esta relación primaria en nosotros fue herida y oscurecida por el pecado, pues rompimos con Dios, sumergiéndonos en la soledad y el abandono. Sin embargo, aún Dios, desde Su Misericordia encarnada en Su Hijo Jesucristo, nos llama a caminar en la verdad y el amor. Es pues un don que se nos da y, al mismo tiempo, una tarea a realizar cada día en ese amor.   

Esta herida original, por la que el pecado ha entrado en nosotros, nos ha provocado muchas más heridas y sufrimientos, incluso puede hacernos creer que en nosotros todo es herida, dolor y pecado. Pero esto no es real, nosotros, a través precisamente de esa herida y debilidad, seguimos siendo llamados por Dios a una vida plena basada en la belleza, la verdad y el amor. Cada uno está llamado a participar en esa comunión de vida de la Santísima Trinidad de la que procedemos.   

Es por esto que decimos que la herida en nosotros, puesta en manos de Dios a través de esta llamada, se convierte en manantial de vida y verdad para nosotros mismos y para otros muchos que aún permanecen en la oscuridad. De donde antes salía el pecado, el dolor, la mentira, la división, el rencor y la soledad, ahora sale la vida, el amor, la verdad, la donación, la entrega, la comunión, la solidaridad y la salvación.    

Todos estamos llamados, desde nuestra herida y pobreza, a vivir esta entusiasmante y hermosa llamada. Tan sólo hemos de ofrecer, cada día, esta herida en abandono y confianza a Aquel que es no sólo el manantial de la verdad, sino la Verdad misma.